2. Mamá

Lo que sí tuve fue una mamá. ¡Y qué mamá! 


Una mujer extraordinaria, fuera de lo acostumbrado en su época y lugar. Vivió tiempos de prosperidad con sus padres, estudió en la Ciudad de Salta en el Colegio de Religión Católica de las Hermanas del Huerto, recibiendo la clásica educación de la mujer de ese tiempo y de esa condición social, para ser una buena madre, ocupada en su hogar educando a sus hijos, por eso, a las materias de la enseñanzas primarias y secundaria establecidas por el Gobierno nacional debió agregar Lecciones de la Religión Católica y también de cocina y de costura y bordados. En este último aspecto todavía hoy, cuando mi hija Mercedes y su esposo Pedro, que viven en Lima, capital del Perú, me invitan, mi hija Mercedes me cubre la cama que me asignan, con una manta bordada a mano por mamá con hilos de colores formando flores, que guarda como reliquia. Además, mamá en las vacaciones solía viajar con sus hijos menores, nadar y andar a caballo y fue siempre una gran lectora de los clásicos de la literatura universal y estaba siempre actualizada de lo que sucedía en su país y el mundo. Pequeño ejemplo de ello fueron los nombres que eligió para sus hijos: inspirados en los libros que en cada ocasión estuviera leyendo: Rinaldo, Dante, Hugo, Humberto, Alfredo y yo, Rodolfo Milton, y su preocupación por darles a todos ellos la mejor educación y la firmeza para tomar decisiones, cuando se separó de su esposo, fijando domicilio en Buenos Aires, lejos de todo lo que le recordara su malogrado matrimonio y, por último y no menos importante, cuando le fueron adversos los juicios de herencia de su padre y debió ajustar drásticamente su estándar de vida.

Cuando yo tenía 8 meses de edad, mi mamá con sus tres hijos menores: Julio, Alfredo y yo, y una joven muchacha que en Salta tenía a su servicio y que con autorización de su mamá la había traído para que siguiera cumpliendo esas tareas, a la ciudad de Buenos Aires, donde alquiló una amplia casa en la calle Nicasio Oroño al 2000 en el “barrio Paternal”. Era una amplia casa con un frente con jardín con una antigua palmera y una glicina, rodeadas de algunas plantas floridas de menor tamaño y en el fondo, un terreno con algunas gallinas y algunos árboles frutales. El hijo mayor, Dante, vivía en Salta completando sus estudios y sólo venía a Buenos Aires en época de sus vacaciones primero, y luego cuando su trabajo en Vialidad Nacional se lo permitía. El que le seguía, Hugo René, quedó en la casa que tenía su padre en la ciudad de Santa María de Catamarca, en cuyo Colegio Normal él estudió y más tarde se recibió de maestro.

Por razones de edad, yo era el benjamín de la familia y mis abuelos de edad avanzada, y por razones de distancia, ellos y sus familiares vivían en el Norte y yo en Buenos Aires, tampoco conocí a mis abuelos. Sólo sabía que mi abuelo materno Don Julio Bracamonte, había sido diputado en la Provincia de Jujuy y dueño de una finca en Fraile Pintado, había fallecido en l923, antes de que yo naciera. 


De los otros abuelos, dueños de otra extensa finca en Santa María de Catamarca, recién tuve referencias, cuando mi edad  me permitió empezar a conocer detalles de mi familia que no se reducía a mi mamá y los dos hermanos con los que convivía, sino que además tenía dos numerosas parentelas: los Tapia Gómez y los Bracamonte, esparcidas por Catamarca, Salta, y Jujuy. Si, tuve una gran cantidad de tíos y tías y una cantidad todavía mayor de primas y primos, a la mayoría de los cuales recién conocí en mi juventud y otros, de los que sólo supe que existían, por comentarios.

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