1. Infancia


Yo nací el 29 de agosto de l930 en Salta, capital de la provincia homónima, que sus publicitarios llaman “Salta, tan linda, que enamora”. Y los que la visitan por primera vez, lo reafirman.


Yo digo que no tuve padre, porque cuando yo tenía 8 meses de edad y no tenía mente para conocer y recordar a nadie, mis progenitores se separaron. Se habían casado cuando el tenía 20 años y ella 3 años menos. 



Tuvieron 7 hijos, todos varones, y se separaron poco tiempo después de mi nacimiento, siendo yo el séptimo hijo. Luego, pasaron los años y él nunca demostró interés alguno en conocerme, nunca se puso en contacto conmigo, ni personalmente, ni por correo o por teléfono.                                                                                                                                                                                          
Yo no tuve abuelos paternos, ni abuelos maternos, mejor dicho, los tuve, pero no los conocí: algunos ya habían fallecido y otros por razones de distancias geográficas y de edades tampoco se comunicaron conmigo.

Tuve 6 hermanos, pero a dos de ellos tampoco los conocí porque murieron antes de que yo naciera o tuviera conciencia de lo que pasaba a mi alrededor. El mayor de todos, Néstor Rinaldo, falleció a los 16 años: se cayó mientras montaba un caballo y se golpeó la cabeza contra una piedra; el otro, Hugo, murió a pocos días de nacer. Un tercero, Hugo René, después de la separación, quedó viviendo con su padre y lo conocí recién cuando él cumplió 20 años y vino a Buenos Aires a estudiar y vivir con mamá.

Soy el séptimo hijo varón, pero tampoco tuve como padrino al Presidente de la Nación, como se acostumbraba en aquellos tiempos, porque nací el 29 de agosto de 1930, cuando a los militares se les ocurrió hacer la revolución que terminó con el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, del cual la mayoría de mis familiares eran partidarios, por lo que todos se opusieron a que el nuevo presidente, Gral. José Félix Uriburu, por más salteño que fuera, sea mi padrino. En consecuencia, me quede sin el padrino presidencial, la pompa y la medalla correspondiente y sin estar eximido del servicio militar que todos los barones al llegar a la edad de l8 años debían cumplir en el Ejército o en la Marina según sorteo. Para mi consuelo, de esa época, solo quedó de recuerdo un tango: “Soy del treinta”.

Hasta con mi apellido tuve problemas: según la tradición provinciana de utilizar como apellido el de su padre junto al de su madre, el mío debería ser Tapia Bracamonte, pero no todos los hermanos nacimos en las mismas provincias, ni registramos nuestros documentos de identificación en las mismas ciudades, ni con las mismas ordenanzas, ni con las mismas interpretaciones que pudieran dar los funcionarios que ese día intervinieran. Por eso todos los hermanos tuvimos conflictos con los apellidos que en cada caso, de acuerdo al tiempo y lugar en que se realizó el trámite y la interpretación de los funcionarios que atendían y la edad de quienes lo solicitaban. En el caso mío y el de Alfredo, los dos menores, cuando tramitamos el documento de identidad para cursar los estudios secundarios en un Colegio del Estado, los funcionario que nos atendieron en la ciudad de Buenos Aires insistieron, en que si nuestro padre firmaba Tapia Gómez,  sus hijos debían llamarse también Tapia Gómez y nosotros queríamos que, como nuestro hermano mayor Dante lo había logrado en Salta, nuestro apellido fuera Tapia Bracamonte, es decir el apellido de nuestro papá y nuestra mamá y no el de papá y su mamá Gómez, que nunca habíamos visto ni conocido. Pese a nuestros deseos y los de mamá en el mismo sentido, los funcionarios extendieron nuestros documentos como Tapia Gómez y así quedaron. Como nuestro hermano Hugo había vivido en Santa María de Catamarca junto con su padre, sus tíos y primos, todos Tapia Gómez, le pareció normal ser Tapia Gómez y así quedaron sus documentos y el de sus hijos.  Años después, mi hermano Alfredo, después de un largo trámite, consiguió que su apellido fuera Tapia Bracamonte. Yo a los problemitas de Gómez o Bracamonte, cuando comencé a trabajar aparecía mi segundo nombre Milton que muchos tomaban como otro apellido por lo que a diferencia de mi hermano Alfredo me quedé con el “Tapia Gómez” y el “Milton” para firmar los documentos que requieren por su importancia la firma registrada en el documento oficial de identidad, pero en mis trabajos y en mi vida social firmo Rodolfo M. Tapia o simplemente, Rodolfo Tapia.

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