Los años pasaron, mis hermanos comenzaron a ir, igual que antes mis primos, al colegio San José de los Padres Bayoneses que ocupaba toda la manzana de Azcuénaga, Bartolomé Mitre, Larrea y Cangallo (hoy Pte. Perón). Cuando me tocó mi turno en
Y así fue como, sin
hacer ningún trámite me pasaron de grado y me convertí en compañero de estudios
de mi hermano Alfredo, que me llevaba un año y cinco meses de edad.
Pero en los
colegios como en tantas otras reparticiones públicas estas cosas ocurrían.
Cuando mi hermano Humberto, que había concluido sus estudios primarios en Jujuy,
vino
a Buenos Aires para continuar su secundario en el Colegio San José, le
pidieron la documentación de su nacimiento. Mamá escribió a Salta pidiendo lo
requerido y, con gran sorpresa, recibió
la noticia de que en el Registro Civil de Salta no había anotado ningún Humberto.
Hechas las averiguaciones del caso, se descubrió que el día del nacimiento mi
papá quedó encargado de ir al Registro Civil y hacer la
correspondiente anotación, pero en el camino se encontró con un amigo que lo
felicitó por el nuevo nacimiento y de paso, para festejar, lo invitó a tomar
una copa en una confitería. Aceptada la copa y las felicitaciones las horas
pasaban, mi papá dijo que se le hacía tarde y que tenía otras diligencias que
hacer además de ir al Registro Civil. El amigo muy gentil le dijo que él se
ocuparía de ir y anotar al recién nacido. Así quedaron y el amigo llegó al
Registro y al no acordarse del nombre extraño que le habían dicho, resolvió
ponerle el nombre del abuelo materno. Así fue que Humberto pasó a llamarse Julio
a los 13 años.
Que satisfacción,
cuando a fin de las clases de ese año, en el imponente salón de actos del
colegio completamente lleno de alumnos, docentes y familiares, mi mamá subió al
escenario para entregarme 5 medallas por mis buenas notas.
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