4. El Colegio San José


Los años pasaron, mis hermanos comenzaron a ir, igual que antes mis primos, al colegio San José de los Padres Bayoneses que ocupaba toda la manzana de Azcuénaga, Bartolomé Mitre, Larrea y Cangallo (hoy Pte. Perón). Cuando me tocó mi turno en 1936, mi maestro del primer grado inferior el Sr. Basualdo, luego de la primera semana de clases, me llevó al aula lindera de primer grado superior y le dijo al maestro Sr. Fernández: “Te traigo este pibe para que no pierda el tiempo, ya sabe leer y algo escribe”. El nuevo maestro me dijo dándome una tiza, pasa al frente y escribime de que cuadro sos. Yo pasé y escribí “Boca”. El Maestro dijo “Cartón lleno”, te felicito yo también soy de Boca, y todos los chicos se rieron y me dieron la bienvenida.
Y así fue como, sin hacer ningún trámite me pasaron de grado y me convertí en compañero de estudios de mi hermano Alfredo, que me llevaba un año y cinco meses de edad.
Pero en los colegios como en tantas otras reparticiones públicas estas cosas ocurrían. Cuando mi hermano Humberto, que había concluido sus estudios primarios en Jujuy,  vino  a Buenos Aires para continuar su secundario en el Colegio San José, le pidieron la documentación de su nacimiento. Mamá escribió a Salta pidiendo lo requerido y, con  gran sorpresa, recibió la noticia de que en el Registro Civil de Salta no había anotado ningún Humberto. Hechas las averiguaciones del caso, se descubrió que el día del nacimiento mi papá quedó encargado de ir al Registro Civil y hacer   la correspondiente anotación, pero en el camino se encontró con un amigo que lo felicitó por el nuevo nacimiento y de paso, para festejar, lo invitó a tomar una copa en una confitería. Aceptada la copa y las felicitaciones las horas pasaban, mi papá dijo que se le hacía tarde y que tenía otras diligencias que hacer además de ir al Registro Civil. El amigo muy gentil le dijo que él se ocuparía de ir y anotar al recién nacido. Así quedaron y el amigo llegó al Registro y al no acordarse del nombre extraño que le habían dicho, resolvió ponerle el nombre del abuelo materno. Así fue que Humberto pasó a llamarse Julio a los 13 años.

Que satisfacción, cuando a fin de las clases de ese año, en el imponente salón de actos del colegio completamente lleno de alumnos, docentes y familiares, mi mamá subió al escenario para entregarme 5 medallas por mis buenas notas. 

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